jueves, 5 de abril de 2012

Otros relatos del Malaspina

Como decía en el posteo del Proyecto Malaspina, hice otros relatos antes de q me cerraran el blog por "disidente". Aquí van.

Comer o no comer...




Mareo y trabajo. Dos situaciones incompatibles. La sugerencia de todos los que tienen experiencia (y de los que no también), es que para que no te marees, debes tener siempre algo de comida en la barriga. Y no cualquier comida. “Algo contundente” dicen unos, o “un chute de algo dulce” dicen otros. Hay quienes sugieren que estar comiendo algo durante todo el dia –sin contar las comidas oficiales ordinarias-, es lo mejor. Todos, sin embargo, coinciden en que la manzana hace muy bien para no marearse. Lamentablemente, dentro de todos los alimentos sugeridos, las manzanas son las que más rápido se descomponen, y las más apetecidas por todos. Por lo tanto, después de los primeros 10 días, el acceso a las manzanas queda restringido, o simplemente se agotan. Así las cosas, es duro darse cuenta de que inevitablemente, cuando te bajes del barco después de 30 días de trabajo, sin hacer ejercicios -porque aunque te vayas a la cama reventado después de turnos de trabajo de 12-14 horas,  esto no cuenta como ejercicio físico-, y un par de cervezas cada día antes de dormir, te llevarás unos 5 – 10 kg de recuerdo del Hespérides. Bueno, una excusa para comer bien y no preocuparse por esa panza que aumenta víctima del intento de compatibilizar el trabajo con el “sea-sick”.
Segunda incompatibilidad: desembarco en Río de Janeiro. Verano en la ciudad del carnaval toda la vida, hirviendo de turistas de todo el mundo. Ideal para jugar beach-voley, tomar caipirinhas en la playa, conocer gringas y por supuesto… andar todo el día nada más que en bañadores. ¿Y la panza anti-mareos, heredada con mucho esfuerzo de nuestra expedición de un mes de intenso trabajo en el Hespérides? No se mis compañeros, pero la mía lucirá orgullosa y a sus anchas por el trabajo realizado, morena de sol y turgente de caipirinhas. Ojalá los turistas del mundo, en vez de sentir vergüenza ajena, se detengan en ella y noten el sacrificio de un científico que voluntariamente se sobreexplota para que todo el mundo pueda disfrutar del conocimiento del océano Atlántico entre Cádiz y Río de Janeiro.

Colores

Cape verde

Siempre he sabido que las mujeres tienen la cualidad de diferenciar más colores que nosotros los hombres.  Una cualidad que hasta ahora no tenía ninguna utilidad para mí. Sin embargo, durante esta expedición, el Atlántico se ha mostrado inquieto y arisco, demostrando su superioridad omnipotente sobre nuestra embarcación. Esta agitación nos ha dado la oportunidad de apreciar su inmensa e incansable belleza, presentándonos pantones de una variedad infinita de azules y blancos. Quisiera ahora poder describir estos colores, y diferenciar entre azul profundo, azul marino, azul… bueno, esos son prácticamente todos los azules que puedo diferenciar en el mar, aunque estoy consciente de la inmensa gama de tonalidades del mismo. Simplemente me remito a respirar el reconfortante fresco del aire marino luego de horas de trabajo de laboratorio en las entrañas del barco, a sentirme insignificante frente a la curvatura del horizonte, a perseguir las estrías en sus aguas, a observar la manera en que la luz del amanecer destella en la cresta de sus olas mientras bajamos el CTD. Un color no podría definir todo esto, aunque azul Atlántico dice bastante para quienes han tenido la dicha de ver estas aguas.


Peces voladores 


En el ecuador del océano Atlántico, con el ambiente caluroso y húmedo de un verano caribeño, la diversidad avasalladora de lo que fue la cuna de la vida se hace presente. Y eso que sólo miramos lo que ocurre en la piel del mar. Una ballena tan grande y fuerte como 100 hombres juntos, pero al mismo tiempo 100 veces más pacífica y sensible que uno solo, salpica litros de agua con sólo un aletazo a metros de nuestra embarcación. Y más cerca aún, estilizados y juguetones delfines surfean las olas, ejecutando hábiles piruetas mientras saltan por los aires. Y no es lo único que se ve océano arriba estando en altamar. A falta de aves acuáticas, la vida se abre camino desde el agua hacia los aires, dando paso a especies de peces voladores que planean en “bandadas” a treinta centímetros por sobre la superficie del mar. Como canarios plateados, pasean tranquilos, rebotando de vez en cuando sobre un suelo azul y salado, avanzando con rapidez y con la seguridad de que estando allí arriba, no se convertirán súbitamente en el almuerzo de otro.

Esos fueron todos. 

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