Comer o no comer...
Mareo y trabajo. Dos situaciones incompatibles.
La sugerencia de todos los que tienen experiencia (y de los que no también), es
que para que no te marees, debes tener siempre algo de comida en la barriga. Y no
cualquier comida. “Algo contundente” dicen unos, o “un chute de algo dulce”
dicen otros. Hay quienes sugieren que estar comiendo algo durante todo el dia
–sin contar las comidas oficiales ordinarias-, es lo mejor. Todos, sin embargo,
coinciden en que la manzana hace muy bien para no marearse. Lamentablemente,
dentro de todos los alimentos sugeridos, las manzanas son las que más rápido se
descomponen, y las más apetecidas por todos. Por lo tanto, después de los
primeros 10 días, el acceso a las manzanas queda restringido, o simplemente se
agotan. Así las cosas, es duro darse cuenta de que inevitablemente, cuando te
bajes del barco después de 30 días de trabajo, sin hacer ejercicios -porque
aunque te vayas a la cama reventado después de turnos de trabajo de 12-14
horas, esto no cuenta como ejercicio
físico-, y un par de cervezas cada día antes de dormir, te llevarás unos 5 – 10
kg de recuerdo del Hespérides. Bueno, una excusa para comer bien y no
preocuparse por esa panza que aumenta víctima del intento de compatibilizar el
trabajo con el “sea-sick”.
Segunda incompatibilidad: desembarco en Río de
Janeiro. Verano en la ciudad del carnaval toda la vida, hirviendo de turistas
de todo el mundo. Ideal para jugar beach-voley, tomar caipirinhas en la playa,
conocer gringas y por supuesto… andar todo el día nada más que en bañadores. ¿Y
la panza anti-mareos, heredada con mucho esfuerzo de nuestra expedición de un
mes de intenso trabajo en el Hespérides? No se mis compañeros, pero la mía
lucirá orgullosa y a sus anchas por el trabajo realizado, morena de sol y
turgente de caipirinhas. Ojalá los turistas del mundo, en vez de sentir
vergüenza ajena, se detengan en ella y noten el sacrificio de un científico que
voluntariamente se sobreexplota para que todo el mundo pueda disfrutar del
conocimiento del océano Atlántico entre Cádiz y Río de Janeiro.
Colores
Cape verde
Siempre he
sabido que las mujeres tienen la cualidad de diferenciar más colores que
nosotros los hombres. Una cualidad que
hasta ahora no tenía ninguna utilidad para mí. Sin embargo, durante esta
expedición, el Atlántico se ha mostrado inquieto y arisco, demostrando su
superioridad omnipotente sobre nuestra embarcación. Esta agitación nos ha dado
la oportunidad de apreciar su inmensa e incansable belleza, presentándonos
pantones de una variedad infinita de azules y blancos. Quisiera ahora poder describir
estos colores, y diferenciar entre azul profundo, azul marino, azul… bueno,
esos son prácticamente todos los azules que puedo diferenciar en el mar, aunque
estoy consciente de la inmensa gama de tonalidades del mismo. Simplemente me
remito a respirar el reconfortante fresco del aire marino luego de horas de
trabajo de laboratorio en las entrañas del barco, a sentirme insignificante
frente a la curvatura del horizonte, a perseguir las estrías en sus aguas, a
observar la manera en que la luz del amanecer destella en la cresta de sus olas
mientras bajamos el CTD. Un color no podría definir todo esto, aunque azul
Atlántico dice bastante para quienes han tenido la dicha de ver estas aguas.
Peces voladores
En el ecuador del océano Atlántico, con el ambiente
caluroso y húmedo de un verano caribeño, la diversidad avasalladora de lo que
fue la cuna de la vida se hace presente. Y eso que sólo miramos lo que ocurre
en la piel del mar. Una ballena tan grande y fuerte como 100 hombres juntos,
pero al mismo tiempo 100 veces más pacífica y sensible que uno solo, salpica
litros de agua con sólo un aletazo a metros de nuestra embarcación. Y más cerca
aún, estilizados y juguetones delfines surfean las olas, ejecutando hábiles
piruetas mientras saltan por los aires. Y no es lo único que se ve océano
arriba estando en altamar. A falta de aves acuáticas, la vida se abre camino
desde el agua hacia los aires, dando paso a especies de peces voladores que
planean en “bandadas” a treinta centímetros por sobre la superficie del mar.
Como canarios plateados, pasean tranquilos, rebotando de vez en cuando sobre un
suelo azul y salado, avanzando con rapidez y con la seguridad de que estando
allí arriba, no se convertirán súbitamente en el almuerzo de otro.
Esos fueron todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario